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Y allá, al fondo, Irlanda. |
Muchos me reconoceréis porque durante casi 40 años he estado con vosotros transmitiéndoos la antigua y sabia filosofía de vuestros ancestros, la de los celtas misteriosos, la de los antiguos druidas, la de los viejos dioses.
Sí, éste que veis aquí, de luengas barbas, no es otro que vuestro señor Breogán, el antiguo dueño de este verde fogar brigantino.
En aquellos añorados capítulos de la EOV fuimos desgranando tanto axeitadas teorías científicas como grandiosas teorías disparatadas.
Y todas nos interesaron, porque donde surge el debate surge la tormenta, y de ella los rayos, y por tanto, la luz.
Muchos me preguntáis, ¿pero de dónde provienen los celtas? Y hoy os lo voy a contar:
Los más excitados dicen que provenían de Escitia[1]. Y puede ser.
Habrían llegado por mar hasta las Rías Baixas acompañados de Brath, mi padre. Allí descubrieron el placer de dar patadas a cualquier cosa con forma de pelota mientras correteaban en pelotas y cantaban la rianxeira[2].
Menos mal que mi padre Brath les regaló unas bragas[3] con las que tapar sus vergüenzas.
Estos celtas de Vigo nunca llegaron a ninguna parte y ahora los turcos[4] del norte les llaman portugueses[5].
Otros piensan que los celtas llegaron por tierra, siguiendo el Danubio azul…
…y luego los Álpes y los Pirineos como un Contador cualquiera.
Así se habrían extendido por casi toda la Iberia, pero nunca debieron llegaron a Galicia pues aquí no los ha visto nadie.
La verdad, amados hijos, es muy otra. Los celtas nacieron aquí, a un lado de Lalín, donde, según dice Pepe Crespo[6], está el kilómetro cero de todos los célticos caminos.
Hasta hace poco, este secreto era secreto… pero luego vino Andrés Pena[7] y se lo contó a todo el mundo.
Desde Lalín, como él bien sabe, se dirigieron a Lugo, a hacer un Tedeum de acción de gracias en honor de su dios Lug por haberles permitido nacer en Galicia.
Sabido es que nadie podía renegar de Lug so pena de convertirse en apóstata, por eso, los celtas de entonces siempre decían “soy de Lug y no lo niego”.
Con el tiempo, los celtas se fueron expandiendo por toda Galicia: de Escocia a Cabo Verde, de Varsovia a Buenos Aires[8], y por el resto del orbe conocido y desconocido.
Claro que unos pocos decidieron quedarse en Galicia, y se fueron hacia el noroeste, hacia Brigantia, donde construyeron una torre, tan famosa que acabó por llenarlo todo de turistas.
Y acabaron tan artos, tan artos, que todos los llamaban ártabros.
Otros se fueron hacia Ourense, donde encontraron ouro suficiente como para comprar todas las vides de Ribadavia.
Una pena, porque con tanto vino, perdieron su identidad y acabaron creyéndose judíos[9].
Así pues, los celtas ocuparon toda Galicia salvo, si acaso, dos pequeños recunchos:
Uno llamado Pontevedra, ya que sus habitantes sólo estaban interesados en su relación con los cultos helenos, finalmente llegados de Troya al mando del valiente Teucro[10];
Y el otro Ferrol, donde era imposible entrar sin ir disfrazado de guardiamarina.
En todo caso, los celtas no tenían padres[11].
Y eso no significa que nacieran de la tierra, o cayeran de los árboles, como aquellas famosas razas de Hesíodo, no.
En realidad, la madre del primer celta fue fecundada en el monte Seixo[12].
Hasta allí se había desplazado desde Lalín en busca da herba leboreira, tras leer al padre Sarmiento.
Según nos contó Carlos Solla, natural de la zona, la buena mujer pasó tres veces por la “Porta do Alén” tratando de hablar con sus muertos y, en ese momento, le dio un aire del norte y ¡zas! quedó embarazada.
Como cabe deducir, la cultura celta era matriarcal, y las mujeres sólo tenían a los hombres como objeto de placer.
Y ellos, cuando no estaban cumpliendo con sus obligaciones, se entretenían dándose patadas y puñetazos unos a otros, mientras se agarraban de los apéndices inguinales…,
…apéndices que no tuvieron nombre hasta que llegaron los suevos.
Pero de tanto no hacer nada, se multiplicaron hasta que se convirtieron en una pesada carga.
Ante tal problema, las mujeres se reunieron y decidieron mandar una embajada a la parte norte de Anatolia, para investigar[13].
De allí volvieron con unos herreros que sabían hacer espadas baratas, aunque de no muy buena calidad.
Fue la solución, pues con el conocimiento del hierro y las nuevas armas, los hombres podían hacer la guerra como dios manda y despanzurrarse a placer.
Ello supuso un gran avance para la humanidad.
Bueno, y me preguntaréis, pero ¿quién fue en realidad Breogán?
Yo fui uno de aquellos que desde Lugo se dirigieron a Brigantia.
Sí, allí construí la famosa torre, y la construí pensando que desde allí podría ver Buenos Aires.
Pero fallé.
De hecho, sólo mi hijo Ith, tras tomarse una extraña pócima fermentada que le había enviado un primo de Ribadavia, consiguió ver Irlanda.
¡Nunca la hubiera visto!
Aficionado a aquellos extraños brebajes acabó por marcharse hacia el norte y allí lo mataron.
Claro que Ith no fue solo. Ya entonces las excursiones hacia el norte eran frecuentes, bien buscando merluzas por la zona del Gran Sol[14] bien buscando territorios a los que emigrar… perdón, conquistar.
Fue así como descubrimos Eriuland, y fue allí donde mataron a mi hijo.
Bueno, como era costumbre entonces, yo tuve muchos hijos y muchos nietos, tantos que se me acabaron los nombres.
Así pues, al último tuve que llamarlo Mil.
Él fue quien organizó la expedición de los milesios para vengar la muerte de mi hijo Ith, conquistando la isla que hoy se llama Irlanda.
Pero no quedó muy contento de la conquista, pues nos escribió diciendo que “para comer sólo patacas e andar sempre mollado... ¡mellor haberme quedado en Galicia!”.
En todo caso, y por su valentía, a mi nieto lo llamaron por allí “Mil de España[15]”, refiriéndose, claro está, a “Mil de Galicia”.
Y fue bueno que hubiéramos conquistado Irlanda, tanto que, cuando aquel Bruto[16] general romano, con hojas de laurel en la cabeza, consiguió cruzar el Río del Olvido[17] y empezó a empujar a los gallegos hacia el mar, muchos celtas optaron por el mar tenebroso hasta conseguir dominarlo y llegar a Buenos Aires.
Por cierto, los celtas de Buenos Aires los recibieron como hermanos.
Legiones y más legiones, romanos y más romanos, no consiguieron borrar nuestras señas de identidad, grabadas en lo más recóndito de la intrincada geografía gallega, y el aguerrido espíritu celta pervivió en esta tierra.
Y es que, como nos sugiere Pondal en nuestro Himno, “yo Breogán, aunque viejo y algo dormido, sigo señoreando este antiguo meu fogar”[18].
Ya sé, ya sé, los más adictos a Belén Esteban querrán saber si los celtas eran rubios o morenos, altos o bajos, y de todo había en la viña del señor Breogán.
Y los admiradores de Cunqueiro querrán saber si la vieja retranca gallega era ya patrimonio de los celtas.
Pero yo, aquí, no puedo deciros ni sí ni no, sino todo lo contrario, pues por un lado ya lo veis y, por otro, qué queréis que os diga.
Muchas más cosas os podría seguir contando y todas dignas de confianza, aunque mi milenaria memoria empieza ya a fallarme.
Ya decían mis nietos cuando les contaba estas historias: “sí, sí… Santa Lilaina pareu por un dedo, pode ser verdade, pero eu nono creo[19]”.
© Breogán de Brath, 2011
[10] Los helenos dieron a Pontevedra el sobrenombre de “Bella Helenes” y en el frontispicio de su ayuntamiento figura la leyenda: “fundóte Teucro valiente...”
[11] Los primeros celtas, como muchos otros pueblos antiguos, no eran conscientes de la necesidad del hombre para procrear.
[12] Plinio nos cuenta que las yeguas del Seixo quedaban preñadas tras exponerse al viento del norte.
[14] Del caladero del “Gran Sol”, situado al oeste de Irlanda, procede la mayor parte de la merluza gallega.
[17] Identificado con el Limia, un río que nace en el monte Talarión, en Ourense, da nombre a la comarca de “Limia” y desemboca cerca de Viana do Castelo, en Portugal. Se indentifica con el infernal río Leteo, donde, según Virgilio, las almas que lo cruzaban perdían la memoria. Los soldados de Décimo Junio Bruto se negaban a cruzarlo por miedo a que se cumpliera el mito.
[19] El dicho pertenece al acervo del Camino de Santiago, y suele decirse así: Santa Quiteria parió por un dedo; podrá ser verdad pero no me lo creo.
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